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Entre dos orillas | Catá: Modernismo y Sociedad

Hernández Catá suele estar enmarcado entre el Modernismo hispanoamericano y la generación del 98 española, pero hay que tener en cuenta que ambos movimientos abarcan mucho más que una breve descripción formal. Así que, para entender mejor a este cuentista tan interesante y poder comprender mejor su obra, veremos brevemente la relevancia de ambos movimientos y por qué se enmarca a Catá entre ellos.



Por una parte, el Modernismo, tradicionalmente considerado como lírico, acoge a su vez a prosistas como Catá, pero tampoco debe contraponerse a la literatura del 98, pues ambas forman parte de cierta unidad literaria centrada en lo estilístico, como bien recoge Fernández Retamar, pero no en lo político.


Y es que el Modernismo va mucho más allá de lo literario, ya que abarca gran parte de la preocupación política de la época. Y es que debemos tener en cuenta que en ese momento se estaban viviendo la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial, que dejó marcada a toda la población, así es como uno de los temas recurrentes del Modernismo es el rechazo de una realidad que resulta dolorosa mediante una búsqueda de la Belleza que puede ser encontrada, como en Catá, en aspectos estéticamente alejados de lo bello, como la estética de la fealdad (que no es sino una reivindicación de la maldad como parte fundamental e inevitable del ser humano y un rechazo hacia una moral estricta).

Así es como el Modernismo y la generación del 98 han confluido para formar una especie de unión estilística y lingüística, alejándose del aspecto político que caracterizó al primero y recalcando la distancia que separaba ambas orillas del mundo. Por eso surge una ruptura con la primera visión del Modernismo, que lo entiende como un movimiento más amplio que implica todo un modo de pensar en cuanto a la sociedad y a la política.



Es por eso que es tan importante señalar el contexto histórico y cultural que rodea a nuestro prosista favorito. Debemos tener en cuenta que socialmente se necesitaba romper con esos ideales impuestos por las colonias y que, por consiguiente, se buscara una reivindicación política que cada vez se alejaba más de la figura del escritor, que inevitablemente se mercantilizaría más y más. Bajo este contexto debemos leer las obras de los autores cubanos de la Primera Generación Republicana, aunque, como bien apunta Álvarez Amargós, Catá se codeaba a su vez con personajes de la Segunda Generación, lo cual lo hacía de nuevo, varar entre diferentes ámbitos. Sin embargo, el codearse con figuras de diferentes generaciones y nacionalidades es lo que hace de nuestro autor un gran prosista, pues adquiere puntos de vista diferentes, que enriquecen su maravillosa prosa. Pero esto no evitó que, con el tiempo, muchos vieran a Catá, que viajaba de orilla en orilla, se quedara varado en la mar, sin llegar a desembarcar en ninguna de las dos.



Lo cierto es que Catá nunca dejó de ser cubano, al igual que nunca dejó de ser español. No se puede entender su prosa sin entender ambos países, sin evidenciar una unidad en su ser que le permite viajar entre ambos mundos sin perder de camino su identidad (reticencia común en la literatura de exiliados, que no llegan a ser considerados de ninguna parte, como Catá). Porque para muchos fue un autor cubano, para otros fue un autor español, pero él realmente fue un autor de ambas orillas.



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