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Domadores del éxito: A. Hernández Catá

¡Hola, lectores! Hoy les traemos una entrevista exclusiva que hizo el periodista Enrique González Fiol a nuestro queridísimo escritor Alfonso Hernández Catá, y que fue publicada en el periódico La Esfera. En ella se evidencia la importancia y el renombre que tenía el autor en su época, además de su contacto estrecho con las figuras literarias más importantes de España. Esperamos que disfruten leer este pedacito más íntimo de Catá tanto como nosotros.



Como se ha discutido si el ilustre escritor Hernández Catá es español o cubano de origen, al verme llevado a celebrar con él la presente interview, lo primero que le pregunté fue por el pueblo de su naturaleza.

—Nací en Aldeadávila de la Ribera, provincia de Salamanca, el 24 de junio de 1885 —empezó diciendo—. Mi padre, teniente coronel de Infantería, doctor Alfonso Hernández, era español, y mi madre, doña Emelina Catá, cubana. Mi abuelo materno, doctor José Dolores Catá, fue fusilado por luchar por la independencia de Cuba. A los ocho años quedé huérfano. Fui llevado por mi madre al Colegio de Huérfanos militares. Mi madre quería que yo fuese hombre de armas. A los dieciséis años me escapé del Colegio y me vine a pie a Madrid, donde pasé otros seis en plena bohemia, con Carrère, Villaespesa y otros escritores que luego se han hecho ilustres.

—¿Qué estudios ha hecho usted? —le pregunté.

—No tengo ningún título académico. Solo he estudiado idiomas. Es verdad que de chico era, aunque aplicado, turbulento; pero no pude hacer el bachillerato, en gran parte, por reveses de fortuna, por viajes familiares…

[…]

—¿Cuántos cuentos tiene usted publicados? —le pregunté.

—Unos setenta.

Apresurémonos a hacer constar que esos cuentos, si no son gente por el número, en cambio lo son de importancia por su calidad. A cada uno lo suyo. Los tiene que son obras maestras, que pueden pasar a las antologías con los mejores. Y aunque el hecho de traducirse al extranjero a un escritor no supone que en la nación a cuyo lenguaje se le ha traducido estén pendientes de él ni que hacia su obra haya llamado la atención pública la crítica, previamente, en Le Matin parisién le han traducido algunos cuentos a Hernández Catá.

—El cuento —prosigue Hernández Catá— es el género literario que más me gusta, sobre todo por parecerme la brevedad en todas las formas de expresión lo más ajustado al ritmo de la vida contemporánea. El cuento es la forma suprema de la literatura narrativa. En él ha de ser todo vital, todo corazón. Por eso en literatura he tendido siempre a la sobriedad y a la claridad, y es con la fuerza y sagacidad psicológicas lo que más me ha elogiado la crítica. La señora Pardo Bazán hizo de mí, como cuentista, un elogio enorme. Bien es verdad que yo en literatura no he encontrado más que buenos parientes. Al antiguo concepto de que en la literatura no hay más que tíos y primos, yo opongo mi experiencia y digo que hay paternidad y fraternidad, como me la han demostrado muchos ilustres escritores.

—¿Cuántos hijos y cuántos libros tiene usted? —le pregunté.

—Hijos, cinco y libros, quince publicados. Ni la abundancia de hijos ni lo copioso de mi labor han atenuado mi buen humor. Soy un hombre jovial, aunque en literatura no haya compuesto una página que no sea amarga. Cuando termino una página que queda bien, a satisfacción mía, me considero totalmente feliz. (…) Pregúnteme usted qué es lo que mejor me inspira…

Se lo pregunto y me responde:

—Todo lo que me preocupa. Me gusta todo lo que me preocupa.

Y a renglón seguido me habla de sus obras, entre las cuales prefiere La muerte nueva y Los frutos ácidos, y añade:

—Ahora preparo una novela dedicada a Cuba: La estrella enferma…

—¿Qué opina usted de los escritores de hoy que se venden mucho? —le pregunto.

—El escritor popular en vida, cuyas obras se venden mucho, me repugna. El escritor vale de veras cuando ha muerto, cuando ya es substancia de pueblo.

[…]

—¿Cuál es el principal rasgo de su carácter? —le pregunto.

—La voluntad —me responde—. El profesor de francés que tuve decía que, no obstante mi apariencia dócil y mi habla dulzona, era un carácter muy fuerte. Cuando me propongo de veras, y pocas veces intento sin proponérmelas de veras previamente, voy todo derecho a su logro, cueste lo que cueste, sin escatimarle esfuerzo ni reparar en obstáculos.

Tiene razón, y yo no sé si calificar su voluntad de admirable o de sorprendente… No razono esta incertidumbre porque no sería discreto en estas páginas. Pero…

Todo lo cual no quita un ápice al mérito literario de Hernández Catá.

Es de justicia concedérselo, después de haber leído sus obras, entre las cuales los Cuentos pasionales, Novela erótica, Pelayo González, Los frutos ácidos, La juventud de Zaldívar, Los siete pecados capitales, El placer de sufrir, La voluntad de Dios, Fuegos fatuos, Una mala mujer, La muerte nueva y El corazón, han merecido grandes elogios de peregrinos ingenios…


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